sábado, 11 de mayo de 2013

Lobo solitario

     Y después de cuánto tiempo venía a descubrirlo, que ya se habían visto en un pasado lejano, cuando lo áspero de la personalidad y un algo lobuno apenas le dejara la promesa de unos ojos grabados en la memoria. A menudo le sucedía, eso de percibir a primera vista aquellas casualidades que mutarían en afinidad indiscutible.
     Aquel caso había sido la materia pendiente, el aparente nunca más, el preguntarse qué habría pasado si le hubiera dicho alguna palabra cálida o el lobo se hubiera atrevido a decir aquella verdad que le saltaba en la mirada cuando pareció volverse desde la puerta del local. Ni una cosa ni la otra. Se había detenido dos segundos con toda su rusticidad a tocar la caja peruana como al pasar, mientras ella buscaba con manos temblorosas las llaves que una amiga les había dejado en la tienda. 
     El que hablaba era el otro, el que sonreía y parecía exigir algún signo de domesticación al lobo, que seguía haciendo lo suyo como si no pasara de ser una sombra. Después fue el leve movimiento de mentón, como si le dijera que levantara campamento y ya volvieran a su casa (ahora que podían entrar). Fue cuando se volvió desde la puerta, con toda la intensidad de lo no dicho y la mordaza que no podría quitarse. 
     Lo mismo que el abrazo de final de segunda temporada, el dejar la cosa al azar de un próximo encuentro que no vendría y confesarse a sí misma que lo había reconocido por la franqueza de la mirada, aunque ya no acostumbrara aullarle a la oscuridad. 
    
     

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