jueves, 2 de mayo de 2013

Tsunami


Aquella vez porque te agarró desprevenida, desdoblada, abstraída en la huella donde estarías buscando qué: ¿el origen y destino zigzagueando en la arena? Tus huellas y la noche, no sé si porque a veces te pesan demasiado los pensamientos que te cuesta más mirar hacia las estrellas… Una visión fugaz de los farolitos de la ciudad que lamía sus márgenes en el mar. Volteaste, ¿por qué volteaste? Cualquiera hubiera dicho que sería el rugir a tus espaldas o ese qué sé yo que a veces te crispa los nervios o enciende el instinto de tu lado izquierdo, pero no. Volteaste por la necesidad de contemplar ese mar sereno que imaginabas azul o negro, pero nunca distante, nunca retirado, nunca regresando en una ola gigantesca. Si no estuvieras desdoblada, ¿cuál habría sido el fatal desenlace? Pero en algún momento de tus sueños generaste esa facultad extraña de estar en dos lugares a la vez, en varios lugares a la vez, aunque esa noche del primer tsunami fueras dos y estuvieras en la orilla y en la cresta de la ola y pudieras interrogarte a vos misma y decidir dónde querías estar. ¿De verdad te pareció menos peligroso eso de nadar el mar encrespado?  No me vengas con esas teorías ridículas de peliculita de serf, que de lograr internarte lo suficiente en el mar pasás el punto fatal de rompimiento de la ola… ¿O acaso no te devoró igual, hallándote a mitad de camino y rompiendo como siempre lo hace? Supiste o creíste saber lo que era ahogarse, sin miedo, con esa resignación no sé si dulce de lo inevitable… rodeada de azul y burbujitas, confundida en el arriba-abajo. Sin miedo. Flotando en esa inmensidad que era dueña, de ella dependía ahora si te sacaba a la superficie cuando todavía quedara algo de aire en tus pulmones.      Despertarte en ese momento fue no saber si habías sobrevivido. Los sueños tienen eso de espectacular, de incertidumbre clavada en pleno pecho. Si no fuera por el segundo tsunami, nunca lo habrías sabido.

2 comentarios:

  1. Uno nunca sabe y, a veces, eso también es demasiado.

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  2. Sin embargo, en ese caso el peso era saber... Había una ciudad ingenua y un desastre por venir. El peso era mirar el mar negro que seguía sereno y saber que se estaba alzando en algún lugar y no nos iba dar tiempo a nada.

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